domingo, 22 de febrero de 2015

Escribir es renunciar

Dejé de escribir. Y si tiene un poco más de curiosidad, lo notará en las fechas de los post anteriores. Es decir, escribo, y mucho. Me gano la vida despintando las letras del teclado de mi computadora de oficina; escribo hasta que me duelen las muñecas porque imprimo una fuerza que seguramente debió usarse para las máquinas de escribir mecánicas. Escribo todo el día en distintas formas y, no se crea, escribo sobre temas que disfruto.


Digamos que dejé de escribir de manera sensible, porque leí a Elena Garro, a Marguerite Yourcenar y a Josefina Vicens, y me di cuenta que es una madera distinta a la mía, por lo menos en este momento y a esta edad. Escritoras que escriban “bonito”, sí, hay, pero escritoras que no tengan la necesidad de ostentar su género en el trabajo, que hablen de materia humana que no sea exclusivamente femenina, pocas.


Ahora bien, prácticamente abandoné mi taller literario (y lo extraño; iría sólo por leer y hablar de literatura), pero descubrí que ser escritor no es sólamente sentarse a vertir los pensamientos. Hay mucho más allá. Ser escritor es disciplina, es trabajar todos los días en un proyecto, encaminar los esfuerzos a construir una publicación. Escribir es renunciar.


Es renunciar a la realidad por trabajar en el proyecto actual, es renunciar a la vanidad del verbo: corregir, corregir, y corregir, tachar y perder fragmentos que nos parecían virtuosos pero no aportan nada a un texto que puede tener vida sin ellos. Tallerear y tener la piel dura a las incongruencias, a lo inverosímil, entender que ese texto que tus amigos encuentran prodigioso todavía no está listo, que no importa invertir toda la noche, tal vez esté destinado a ser rescatado sólo por palabras, por fragmentos, por título o  a morir en la basura.


Escribir es renunciar al tiempo, porque cada palabra te cuesta la sensibilidad aprendida de varios autores antes (lo siento, amiguitos, no hay escritura de calidad sin lectura); tomar en serio la vida del escritor es renunciar a las quincenas fijas, porque el trabajo no quita tiempo, pero sí voluntad (dice el @NEB); hay que escribir varias horas seguidas al día, obligándose a que la inspiración llegue en el trabajo.


Escribir es renunciar a tu propia historia, porque no necesariamente la forma en que conociste a tu novi@ constituye un relato conmovedor, ni esa atracción que no terminó en nada es digna de contarse. Escribir es renunciar a la comodidad y hurgar en la podredumbre de los sentimientos humanos; que conozcas las razones del personaje pusilánime sobre el que trabajas, tener empatía con él.


Ser escritor reclama la dedicación de una vida, con la inestabilidad que pueda traer (por eso se necesita la disciplina, porque también hay que trabajar) Eusebio Ruvalcaba dice que sólo puedes llamarte escritor si continúas con la actividad a los 50 años, si no tuviste la flaqueza de invertir tu tiempo en otra actividad para pagar la renta y las colegiaturas.

Escribir es renunciar a otro proyecto de vida.

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